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En los foros y paneles de discusión: La debilidad del argumento electoral como defensa gubernamental

Columna El Observador

Por Billy Montañez

En los debates y paneles públicos donde comparecen los representantes del gobierno federal, incluidos diputados, senadores y voceros del partido oficial, se ha vuelto una constante escuchar un argumento monolítico: “la contundente victoria electoral” obtenida por el partido en las elecciones que llevaron a Claudia Sheinbaum a la presidencia. Este argumento, repetido como mantra, parece ser el principal (¿único?) recurso discursivo frente a las críticas fundadas en datos y evidencias.

Lo más alarmante es la ausencia de contrapuntos robustos o pruebas contundentes por parte de los representantes gubernamentales. En lugar de confrontar los datos presentados por los comparecientes ajenos al gobierno, optan por refugiarse en la narrativa de su victoria en las urnas, una defensa que, aunque legal y democráticamente válida, resulta inoperante frente a señalamientos relacionados con la inflación, el precio de la gasolina, la devaluación del peso y, sobre todo, la violencia que carcome al país.

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Realidades incómodas: una economía que no respalda el discurso


La economía es uno de los frentes más débiles para la argumentación oficialista. Mientras el gobierno presume de haber aumentado el salario mínimo, los datos indican que dicho incremento no ha sido suficiente para contrarrestar el impacto de la inflación. El poder adquisitivo de las familias mexicanas sigue erosionándose. A esto se suma el incremento sostenido en el precio de la gasolina, un indicador especialmente sensible para la economía popular, y la pérdida de valor del peso frente al dólar, un reflejo de la desconfianza de los mercados.

En este contexto, no basta con recordar que el gobierno fue elegido democráticamente. La legitimidad de origen no compensa una ineficiencia en el ejercicio del poder que afecta directamente el bolsillo de los ciudadanos.


Violencia e inseguridad: el elefante en la sala


Quizás el aspecto más alarmante de la situación nacional sea la violencia. La inseguridad ha alcanzado niveles inéditos, con regiones completas del país sometidas al control del crimen organizado. Las masacres, desapariciones y asesinatos son una constante que ningún discurso electoral puede ocultar. Es un incendio que arde a la vista de todos, mientras los representantes oficiales se empeñan en destacar su éxito en las urnas como si fuera un escudo impenetrable contra las críticas.


Nepotismo e improvisación: un lastre autoinfligido


La ineficiencia de los funcionarios públicos también ha quedado expuesta. Muchos de ellos carecen de la preparación y experiencia necesarias para los cargos que ocupan. El nepotismo, que el actual gobierno prometió erradicar, parece haberse convertido en una práctica común, agravando la percepción de un gobierno más preocupado por repartir posiciones que por resolver problemas.


El silencio cómplice y el argumento hueco


Lo verdaderamente preocupante es que, ante estas evidencias, los voceros del gobierno no responden con datos o estrategias claras. En su lugar, insisten en recordar que cuentan con una mayoría legislativa y que el respaldo popular en las urnas fue contundente. Este argumento, lejos de fortalecer su posición, evidencia una incapacidad para defender con solvencia las políticas públicas actuales.

El resultado es patético. La repetición mecánica del triunfo electoral como defensa resulta insuficiente para abordar las problemáticas que afectan al país. En una democracia funcional, el respaldo en las urnas no exime al gobierno de rendir cuentas ni de enfrentar los retos con estrategias efectivas y resultados medibles.


Una oportunidad desperdiciada


El problema no es sólo el argumento en sí, sino lo que revela: una estrategia de comunicación pobre y una falta de compromiso con el debate público informado. En lugar de aprovechar los foros para presentar logros concretos o desmentir señalamientos con datos objetivos, los representantes del gobierno se limitan a refugiarse en el éxito electoral pasado.

Este enfoque también erosiona la confianza en las instituciones democráticas. La democracia no es un cheque en blanco otorgado el día de la elección; es un contrato social que exige resultados y transparencia durante todo el mandato. Cuando el gobierno falla en responder a las críticas con argumentos sólidos, no sólo afecta su credibilidad, sino también la de las instituciones que representa.


Los voceros, disminuidos y serviles


El gobierno debe entender que la legitimidad no es un punto de llegada, sino un proceso continuo que se nutre de resultados tangibles y de la capacidad para responder con eficacia a las críticas. Reiterar el triunfo electoral como defensa ante los problemas actuales es una estrategia estéril que subestima la inteligencia del pueblo mexicano y agrava la desconfianza ciudadana.

Es hora de que los representantes oficiales abandonen el discurso simplista y se comprometan a enfrentar los desafíos del país con datos, propuestas y resultados. La democracia exige más que votos; exige soluciones. Mientras eso no ocurra, la narrativa oficial seguirá siendo tan vacía como el argumento que intenta sostenerla.

 
 
 

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