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Al ras del suelo: La responsabilidad de los legisladores, les dijo Claudia Sheinbaum

Columna EL OBSERVADOR

Por Billy Montañez

 

En una democracia funcional, los legisladores no son otra cosa que representantes del pueblo. Fueron electos con la premisa de defender los intereses de aquellos que los llevaron a sus escaños y curules, no para servir a las cúpulas de poder ni a los intereses personales que suelen tejerse tras las puertas cerradas del Congreso. Esta semana, la presidenta Claudia Sheinbaum emitió un mensaje contundente desde su conferencia mañanera del 16 de diciembre: “Que nunca se les olvide quién los eligió. Su responsabilidad es con el pueblo, no con otros diputados. ¡Vuelvan a sus territorios!”.

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Con estas palabras, Sheinbaum no sólo se dirigió a los legisladores de su propio partido, sino que lanzó un recordatorio universal: la política no puede ejercerse desde un pedestal. Si los representantes populares pierden el contacto con sus comunidades, si dejan de recorrer las calles y de escuchar las demandas ciudadanas, su labor se vuelve hueca, burocrática y distante. Y allí, en esa desconexión, es donde germina la desconfianza social.

El llamado a “vivir al ras del suelo” es, en esencia, un exhorto a la humildad política. Ningún representante puede olvidar que su investidura proviene del voto ciudadano. Los escaños en el Congreso no son trofeos; son herramientas de trabajo que deben usarse para transformar las condiciones de vida de las mayorías. Cuando un legislador se olvida de su base electoral y empieza a priorizar los intereses de un partido o de las élites que dominan el tablero político, se rompe el contrato social que lo legitimó.

No es casual que la presidenta haya hecho hincapié en “volver al territorio”. En tiempos donde el centralismo y la burbuja política son realidades cotidianas, es fácil que los legisladores pierdan la perspectiva de las problemáticas locales. ¿Cuántas veces hemos visto debates interminables en el Congreso que poco o nada tienen que ver con las necesidades de la gente? Reformas que parecen hechas para cumplir con intereses partidarios o corporativos, mientras los temas urgentes —salud, educación, empleo, seguridad— quedan en segundo plano.

La verdadera política, como bien lo expresó Sheinbaum, se hace de cara a la gente. Estar “al ras del suelo” significa conocer de primera mano las realidades que aquejan a las colonias, a los pueblos, a los ejidos. Significa sentarse a dialogar con los pequeños comerciantes, con las madres de familia, con los jóvenes que buscan oportunidades. Significa regresar a las comunidades no sólo en tiempos de campaña, sino de manera permanente, como un acto de rendición de cuentas y de responsabilidad.

Es también una invitación a despojarse de la soberbia que, en ocasiones, acompaña al poder. Los legisladores no son figuras intocables, ni pueden permitirse actuar con arrogancia desde su curul. La política de las alturas —esa que se hace entre despachos y acuerdos opacos— está en crisis porque ha olvidado su razón de ser: servir al pueblo.

Claro está que este llamado no es exclusivo para los integrantes de un partido; es un deber transversal, aplicable a legisladores de todas las fuerzas políticas. La polémica muchas veces se centra en las diferencias ideológicas y en las disputas partidistas, pero el punto central se diluye: la política debe ofrecer soluciones reales y tangibles.

Hoy, más que nunca, se necesita una clase política que recupere su vocación social. El legislador que pisa su distrito, que camina su territorio y que escucha las voces de su gente tiene una ventaja: entiende lo que está en juego. Sus decisiones ya no se basan en teorías o discursos vacíos, sino en la realidad que palpa todos los días.

El reto está sobre la mesa. Los legisladores deben demostrar que están a la altura de las circunstancias y de la confianza que se les otorgó. Volver al territorio no es una opción; es una obligación ineludible. Porque allí, al ras del suelo, es donde se construye el verdadero sentido de la política: una herramienta para transformar la vida de las personas.

Como ciudadanos, nos toca exigirles coherencia y cercanía. Que escuchen y resuelvan, no que se mareen en la altura del poder. La política de las alturas debe dar paso a la política de las calles, de los mercados, de las plazas públicas. Allí donde la gente vive, sufre y también sueña. Porque sólo desde ese suelo firme podrán devolverle a la representación popular el sentido que nunca debió perder.

 
 
 

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